sábado, 16 de diciembre de 2017

¿Qué nos ha pasado? (por Josep Mª Asensio)

 Que la idea de ciudadano se supedite a la de nación, supone un apreciable riesgo para la democracia y la ética ya que una entidad superior en valor al sujeto, puede justificar acciones que de otro modo se considerarían reprobables



       Cuando uno se pregunta por lo sucedido en Cataluña resulta aleccionador considerar lo que escribía T. Todorov, hace unos diez años, en relación a las identidades de los individuos en la Unión Europea: “Un habitante de Barcelona puede enorgullecerse de formar parte simultáneamente de la cultura catalana, de la nación española y de los valores europeos. Esta separación no plantea en sí el menor problema, ya que hemos visto que el ser humano se acomoda fácilmente a múltiples pertenencias, en cualquier caso inevitable”[1]. Pues bien, a mi modo de ver, el intento del nacionalismo de revertir esta situación a otra monoidentitaria (concepción predominante en siglos anteriores), ha sido la principal causa del estrés que ha padecido buena parte de la sociedad catalana y que se ha visto reflejado de manera muy evidente en las relaciones sociofamiliares.

        Entre los principales factores que han contribuido a esta situación de estrés se encontrarían, a mi juicio,  los siguientes: la intensificación de la incertidumbre respecto al inmediato futuro; la contaminación de los espacios (banderas, himnos patrióticos, manifestaciones, celebraciones, etc.) y del lenguaje (¿qué esconden expresiones como “derecho a decidir”, “soberanía”, “DUI”, etc.,?); la constante presencia en los medios del problema catalán; la evidencia de engaños e intentos de manipulación por parte de muchos representantes políticos y sociales; el peso psicológico que representa sentirse en minoría en ciertos entornos sociales (lugar de trabajo, grupos de amigos, etc.) y el elevado control emocional que se requiere para evitar que las discrepancias familiares en un asunto de esta naturaleza, no se traduzcan en rupturas afectivas. Todos estos elementos transmiten una notoria sensación de conflicto, inseguridad y  temor que afectan al equilibrio psicológico de las personas, la convivencia y la idea de comunidad.
La mentalidad nacionalista a gran escala no se forma de cero, pero tampoco es la consecuencia de una espontánea respuesta colectiva ante la percepción de ciertos agravios
        La mentalidad nacionalista a gran escala no se forma de cero, pero tampoco es la consecuencia de una espontánea respuesta colectiva ante la percepción de ciertos agravios (el corredor mediterráneo, las autopistas de pago, el Estatut modificado por el Tribunal Constitucional, etc.,) así considerados por la ciudadanía de un territorio. Estas posibles afrentas influyen negativamente en la concordia, por supuesto. Pero, para que se produzcan unos efectos separadores como los vividos en Cataluña, ciertos “dedos señalizadores con poder” han de haber hecho previamente su trabajo. El de intentar orientar la mirada de la ciudadanía en una determinada dirección, intensificar los  sentimientos de pertenencia y superioridad por un lado (el “nuestro”) y de distanciamiento y desafección hacia el otro. El medio para conseguirlo no es otro, en cualquier nacionalismo, que una acción concertada y propagandística que magnifica las “diferencias” que separan a personas y territorios de uno y otro bando, intenta transformar éstas en “incompatibilidades” para, finalmente, concluir que lo que procede es independizarse de esos “otros”, causantes de buena parte de “nuestros” males y responsables de que  la considerada “nación propia”, no reconocida, ejerza el derecho que la asiste de liberarse y alcanzar su plenitud.

        Para que este proceso pueda desarrollarse es preciso, lógicamente, que los “dedos señalizadores” puedan desempeñar su influencia a través de las instituciones, las organizaciones sociales, los medios de comunicación y la educación. No es necesario que esa influencia se haga muy evidente o de manera doctrinaria. Es suficiente situar a “los nuestros” en los puestos claves de esas organizaciones, ignorar a los “otros” (a España en TV3  se la conoce por “Estado”), establecer en múltiples ámbitos (cultura, deporte, etc.,) ciertas comparaciones tendenciosas, la selección de unas u otras noticias, la infravaloración de “los otros” o destacar las virtudes de “los nuestros” por poco relevantes que sean.

        Con tiempo, y el nacionalismo en Catalunya lo ha tenido por obra y gracia de la apatía del estado y ciertos intereses partidarios, todos esos matices acaban “calando”, inconscientemente o no, en la mente de muchos ciudadanos que sienten la inquietud que les genera convivir en una atmosfera de enfrentamiento civil no declarado, pero sí perceptible. En términos de “psicopolítica” se ha de tener en cuenta, además, la probada tendencia de las personas a seguir acríticamente a sus líderes, a sentirse bien en grupos muy cohesionados y a valorar las propuestas que conlleven una cierta mística (un “nuevo” relato, la construcción de un “nuevo” país, etc.,).

        Esta deriva propicia, por otra parte, que la idea de ciudadano se supedite a la de nación, lo que supone un apreciable riesgo para la democracia y la ética ya que una entidad superior en valor al sujeto, puede justificar acciones que de otro modo se considerarían reprobables (pensemos, por ejemplo, en las antidemocráticas últimas sesiones del govern de Cataluña, en la ostensible corrupción/malversación reconocida  y en los múltiples engaños que se hizo a la población). Igualmente, se desdibuja el papel que en democracia juegan las distintas ideologías políticas (pueden gobernar conjuntamente partidos de pensamiento político muy dispar si lo requiere “la causa”), mientras que emerge la  tendencia a confundir “el pueblo” con la parte del mismo que se muestra afín a las concepciones nacionalistas. La política derivada de éstas  crea así un grave problema de convivencia que, paradójicamente, luego se propone resolver por la vía política en forma de un diálogo imposible. Y lo es porque una de las partes, El Estado, pierde siempre, ya sea cediendo su soberanía o permitiendo referendums que la pongan sucesivamente en cuestión.

        Reconducir esta situación en Cataluña no va a ser una tarea fácil. Solicitará no pocos esfuerzos para lograr una mutua comprensión, la vuelta a la democracia constitucional, transformar las fuerzas separadoras en cohesivas y generar  mentalidades que valoren la convivencia cívica por encima de cualquier otra pretensión transformadora de la sociedad. Pienso que quizás la idea de un federalismo con alta sensibilidad social, propenso a contemplar la diversidad como una riqueza para el conjunto y leal a las instituciones, pueda ser una vía de solución a medio o largo plazo.


Resumen de la intervención  Federalistes d’Esquerra en Sant Cugat el 1 de diciembre de 2017




[1] Todorov, T. (2008) El miedo a los bárbaros, Círculo de Lectores, Barcelona, p.117.

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