miércoles, 13 de diciembre de 2017

Identidades Rivalizadas (por Gaby Poblet)

La gran contradicción que arrastra el modelo de estado-nación es que la identidad nacional sirve para velar una realidad: la desigualdad y la brecha social dentro de la misma comunidad política




        Los balcones de Catalunya se han convertido en el escenario de una guerra de banderas. Las estelades blaves dueñas de una anhelada libertad y las roji-gualdas representando el amor a la tierra de Cervantes se miran con recelo. En ningún balcón conviven las dos banderas. Son banderas rivales y representan identidades nacionales rivales. Y aunque estén en una misma finca, entre ellas hay una frontera. No es un fenómeno nuevo, ni tampoco exclusivo de Catalunya y España.

        Las identidades nacionales, habitualmente representadas con banderas, fueron premisas fundamentales para forjar la creación de los estados-nación en el mundo burgués del siglo XIX, un mundo dividido pero a la vez interdependiente. En su ya clásico libro Comunidades Imaginadas, Benedict Anderson definió a la nación como una “comunidad política imaginada como inherentemente limitada y soberana”. Explica este autor que la nación se concibe como comunidad porque a pesar de la desigualdad y la explotación, existe un compañerismo profundo y horizontal, y existe una conciencia nacional de quiénes forman parte de esa nación, aunque nunca se llegue a conocer a todos los miembros.

        En el Siglo XIX, circunscribir a esta “comunidad imaginada”, no resultó nada fácil. Para definir y cohesionar a la colectividad de ciudadanos pertenecientes a un estado-nación, se bregó especialmente sobre la identidad nacional basada en la idea de Volksgeist (espíritu del pueblo), un concepto definido por el filósofo Heider y difundido por el romanticismo alemán. La idea de Volkgeist asume la existencia de naciones independientes, cada cual con una identidad nacional diferenciada como una fuerza propia y natural de un pueblo, que se manifiesta a través de elementos considerados inmutables, como la lengua, la historia, la poesía o determinadas costumbres y tradiciones, muchas revalorizadas de la épica medieval.

        Pero el romanticismo alemán, la construcción de la conciencia nacional y la propia idea de estado-nación han hecho olvidar que en realidad la identidad nacional es un concepto meramente relacional. Toda identidad nacional requiere de Otra identidad para poder destacar su diferencia. Las identidades nacionales se fueron construyendo a partir de rivalidades políticas existentes que luego fueron delimitando la pertenencia a un estado-nación. En un principio, ni siquiera la lengua era excluyente para pertenecer a una comunidad política. Tal como explicó el antropólogo Frederik Barth, fueron, paradójicamente, las situaciones de contacto las que diferenciaron y marcaron las identidades nacionales como “propias”.

        La gran contradicción que arrastra el modelo de estado-nación es que la identidad nacional sirve para velar una realidad: la desigualdad y la brecha social dentro de la misma comunidad política. La identidad nacional – siempre de una forma rivalizada entre naciones - es lo que permitió generar vínculos horizontales y reforzar la idea de fraternidad entre ciudadanos de una misma nación. Es lo que legitimó también, morir en guerras e incluso matar por la pertenencia y el amor a esa nación. Y aunque no se llegue a matar o morir por ello, hoy en día aún resulta muy difícil que una lucha enmarcada en cuestiones territoriales y nacionales, no derive en debates identitarios también de forma rivalizada, que acaban dividiendo a la clase trabajadora, tal como ocurre en Catalunya y en muchos países europeos.

        ¿Qué está pasando ahora en Europa?
        La comunidad nacional también se convirtió en garante de la seguridad y la protección dentro de esa comunidad, en tanto otorga los derechos de ciudadanía por pertenecer a ella. Cuando hay una crisis económica profunda y escasean el trabajo y los recursos, la comunidad nacional se hace más pequeña. En vez de revisar los vínculos verticales causantes de estas crisis, se revisan los vínculos horizontales y enseguida aparecen chivos expiatorios, que son aquellos cuya identidad es la más diferenciada, y por lo tanto, la más fácil de rivalizar: extranjeros, grupos de otra religión o cultura, o comunidades vecinas. La idea del Volkgeist vuelve a resurgir y se produce un repliegue dentro de la comunidad para proteger los derechos de los miembros que se consideran “auténticos”. Es lo que se denomina repliegue nacionalista, que apela a “recuperar” la esencia cultural y los privilegios sociales de esa comunidad (que pudieron haber sido reales o bien que se transmitieron como forma de mito).

         El exponente más significativo es la ultra derecha europea con lemas como “Au nom du peuple” de Lepen, o el “America First” de Trump. El miedo a la globalización también contribuye a un repliegue nacional e identitario. El mundo está más comunicado y las amenazas están más cerca. Surge la sensación de que en una comunidad más pequeña estamos mejor protegidos y de que a su vez esta comunidad más pequeña será más fácil de proteger. Es como cuando hay una tormenta y sentimos que lo mejor es estar en casa con nuestra familia al calor de una chimenea. El problema aparece cuando necesitamos salir a la intemperie para buscar recursos y no tenemos paraguas.

        La realidad es que el Volkgeist y esa comunidad imaginada que aparentemente nos protege, son un mito. Tal vez fueron útiles en su momento como refugio, pero ahora ya no son un refugio, ni mucho menos una solución. La globalización ha dejado obsoleta aquella creencia de que la soberanía radica en la nación, y el estado por sí sólo como instrumento apenas alcanza para garantizar los derechos de ciudadanía. Las soluciones a las crisis deben pasar por tejer alianzas más allá de esas fronteras imaginadas, que promuevan integración, fraternidad y cooperación.

        En estas nuevas alianzas y marcos cooperativos, las identidades nacionales no deben ser excluyentes ni rivales. El federalismo tiene la responsabilidad de desnaturalizar las rivalidades entre identidades nacionales, y validar la identidad nacional como una premisa relacional y múltiple. Esto no se trata de romper ni fraccionar las identidades nacionales, ni mucho menos de negarlas o invisibilizarlas. Tampoco se trata de fusionarlas, ni diluirlas en banderas blancas o de varios colores. Se trata de eliminar rivalidades denunciando la instrumentalización de las identidades nacionales por parte de las élites económicas y políticas, para volver a situar el conflicto en su eje vertical, y no de forma horizontal. Eliminar y desmitificar estas rivalidades es el primer paso para lograr redefinir el sentido de pertenencia a una comunidad política que proteja y otorgue derechos.
El federalismo debe legitimar la convivencia de diferentes identidades nacionales en un espacio más amplio, democrático y plural, y reafirmarse sobre la existencia de múltiples pertenencias. Debe encontrar elementos aglutinadores para generar nuevos vínculos emocionales horizontales que permitan ampliar las fronteras de la “comunidad imaginada”
        El federalismo debe legitimar la convivencia de diferentes identidades nacionales en un espacio más amplio, democrático y plural, y reafirmarse sobre la existencia de múltiples pertenencias. Debe encontrar elementos aglutinadores para generar nuevos vínculos emocionales horizontales que permitan ampliar las fronteras de la “comunidad imaginada”. Es a través de estos nuevos vínculos y de las múltiples pertenencias que el federalismo podrá abrirse camino y consolidarse como una forma de organización cooperativa y solidaria, erradicando definitivamente las viejas y míticas “guerras de banderas”.


        Nota de la autora: Al igual que Amin Maalouf cuando acaba su libro Identidades Asesinas, deseo que dentro de unos años cuando mis hijos o nietos encuentren este artículo perdido en el ciberespacio, me digan: ¿En serio era necesario explicar esta tontería?

1 comentario:

  1. En este articulo, en muchos otros, en las manifestaciones callejeras, durante la campaña electoral, me conmueve y a su vez me extraña y genera una grave incógnita una ausencia o absolutamente total como en la foto del articulo o parcial y complementaria ; donde esta nuestra senyera, donde esta la bandera nacional de Cataluña En esa guerra de banderas la senyera apena aparece y nadie la reivindica por lo que parece que el dilema esta entre la estelada y la constitucional, pero es que la senyera y has sido nuestra bandera constitucional catalana y nadie la reivindica, Tarradellas y Pascual se harian cruces, tenemos el mejor símbolo histórico del catalanismo inclusivo y convivencial y muy pocos lo ondean cuando somos mas de dos millones ce catalanes los que lo haríamos si alguien como federalistas encabecera esa posición. no estamos aun en el tiempo de rechazar una bandera ante quienes imponernos otras

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