sábado, 4 de noviembre de 2017

Bandera viene de bando (por José Luis Atienza)

Debemos dejar de ser federalistas en la intimidad y dejar de practicar el federalismo como un vicio solitario, y darle la épica y la emoción de ser la única vía capaz de articular la diversidad cultural y nacional, porque ni el inmovilismo ni la insurrección son caminos que lleven a ningún sitio. Nuestra bandera debería ser blanca. Blanca como las sábanas que ondeaban en las azoteas de la infancia, porque el trapo blanco siempre ha sido el color maternal de la tregua, el alto el fuego, la enseña de la paz que sueñan los soldados en guerra



(Intervención de José Luis Atienza en el acto ‘Puente en la palabra’ organizado por Radio Rebelde Republicana el 3 de noviembre de 2017 en el auditorio de Calabria 66)

Bandera viene de bando y dividirse en bandos es la manera más rápida de encontrar razones para lanzarnos los unos contra los otros. El pueblo llano desfilaba dividido, a pie, bajo los trapos de colores de los nobles que iban a caballo. Sentir los colores era ser carne de cañón para morir por la bandera.
Este pasado mes de octubre ha comenzado con un mar de banderas esteladas y ha acabado con un mar de banderas rojigualdas con la presencia minoritaria de la vieja bandera que va de bandera de parte sino de bandera de síntesis precaria: la senyera. Hay quien ha estado en las dos manifestaciones, porque una parte de la gente no va donde sus ideas sino donde va Vicente. Y a Vicente le ha dado por llevarnos a cuestas de las emociones nacionales.
Nación viene de nacer en el mismo lugar, aunque uno nace donde puede y no donde quiere, por lo que la cosa no tiene mucho mérito, porque al igual que nacimos aquí podríamos haber nacido allí. Recuerdo una vieja canción del argentino Facundo Cabral que también cantaba la mexicana Chavela Vargas. "No soy de aquí, ni soy de allá, no tengo edad ni porvenir y ser feliz es el color de mi identidad." Ser feliz colectivamente es el color de la identidad del federalismo: organizarse para conseguir esta felicidad relativa de ser diferente y vivir en paz consigo mismo y con los demás. 
Nuestra bandera debería ser blanca. Blanca como las sábanas que ondeaban en las azoteas de la infancia, porque el trapo blanco siempre ha sido el color maternal de la tregua, el alto el fuego, la enseña de la paz que sueñan los soldados en guerra. Es una bandera que dice mucho más que el hablamos, que el dialogamos. Es la bandera del acordemos. El federalismo lleva el pacto puesto hasta en el nombre porque es la construcción política de la confianza (fides) a partir del pacto entre iguales (foedus).
Uno es de la bandera blanca del pacto, pero también de la bandera roja, que es la bandera de la gente de a pie, la bandera de quienes viven de su salario o de su pensión. Uno, que es un comunista desteñido por el cambio climático de la vida y de la historia, todavía cree en los valores de un himno revolucionario y federal. La internacional, un himno de cuando las manos con callos y sabañones eran nuestro capital, que decía cosas como “ningún deber sin derecho” y “ningún derecho sin deber”. La internacional era la vieja solidaridad obrera por encima de fronteras y naciones. La mayoría de los muertos caídos bajo las banderas de las últimas guerras mundiales eran trabajadores. Los muertos siempre los ponemos los mismos. 
El federalismo es la bandera blanca de los sistemas de gobierno, porque el blanco es la suma de colores del arco iris. El sistema federal es ponerse de acuerdo sobre la forma de vivir juntos, de gobernarnos juntos gentes con realidades diversas, y establecer los derechos y los deberes. El federalismo practica el acoso y derribo al concepto de soberanía, derivado de soberano, adjetivo apto para reyes, coñacs y gobierno verticales pero no para un gobierno horizontal, de competencias repartidas, en red, para este mundo que está conectado económicamente. Es incompatible izquierda y soberanismo, porque de lo que se come se cría e izquierda es compartir riqueza, gobierno, economía y derechos sociales. Sin embargo, alguna izquierda ha confundido soberanía y nacionalismo con lucha de clases, que ya es confundir, y a partir de ahí todo en ella fue naufragio.
El punto de apoyo del federalismo para mover el mundo es el deseo de estar juntos, y eso está en peligro. Por ello debemos de convertir la fraternidad con los pueblos de España en una militancia humilde con el aliento de los ideales republicanos que alimentan el federalismo, libertad, igualdad y fraternidad. Es el momento de la militancia federalista, debemos dejar de ser federalistas en la intimidad y dejar de practicar el federalismo como un vicio solitario, y darle la épica y la emoción de ser la única vía capaz de articular la diversidad cultural y nacional, porque ni el inmovilismo ni la insurrección son caminos que lleven a ningún sitio. No nos dejemos arrebatar las viejas palabras de las que el nacionalismo intenta apropiarse, legitimidad, libertad y democracia, para convertirlas en sinónimos de independencia. Nos toca recordar aquellos versos de Espriu.
Però hem viscut per salvar-vos els mots,
per retornar-vos el nom de cada cosa
Y eso depende de la política pero no puede ser una solución desde arriba sino que la tenemos que empujar desde abajo. Ahora más que nunca, cuando florecen las alambradas nos toca proponer. Nos toca recordar a Daniel Viglietti, a quien perdimos hace tres días, y ponernos a desalambrar.
A desalambrar, a desalambrar
que la tierra es nuestra,
tuya y de aquel,
de Pedro, María, de Juan y José.
Muchas gracias.


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