miércoles, 12 de agosto de 2015

Nación de naciones (por Pedro J. Sánchez Gómez*)

Podemos defender que en un estado compuesto la soberanía originaria, la capacidad de constituirse en sujeto político, reside tanto en los ciudadanos como en las regiones que componen el estado. Esto se traduce en que los ciudadanos de cada territorio toman la decisión de unirse en lo que los politólogos llaman momento federalizante. Una nación política de naciones políticas, así entendida, es una de las formas que puede tomar un estado federal en España




España es una nación de naciones, era una frase que repetía mucho el ex presidente del gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero. La frase no era suya y tampoco tengo claro que el ex presidente supiese bien lo que quería decir con ella. Porque el término ‘nación’ se puede emplear para aludir a cosas distintas, aunque mucha gente no parece ser consciente de este hecho. Por ejemplo, la frase de la que hablamos se puede leer como que España es una nación política, esto es, un sujeto de soberanía, compuesta de unas naciones jurídicas, esto es, territorios con un autogobierno. Así interpretada, la frase lo que hace es describir muy sintéticamente un hecho, el de la actual arquitectura constitucional de España. La España de las autonomías es una nación de naciones.
Podría ser que este fuese el sentido que el presidente Zapatero quería dar a la frase, pero me queda la impresión de que de hecho quería profundizar más. No sé si merece mucho la pena hacer exégesis del discurso de nuestros políticos, pero sí es interesante ver las distintas acepciones que se pueden dar al término ‘nación’ en un contexto político. Aparte de las que veíamos más arriba, la nación política y la nación jurídica, cabe por lo menos mencionar una tercera, la nación cultural. Una nación cultural, como su nombre indica, es un grupo de personas, que por lo general comparten un territorio y una historia, que tienen rasgos culturales comunes. No hará falta decir que decidir qué rasgos en concreto son relevantes a la hora de definir una nación cultural, y cuáles no, no es una tarea trivial. Sea como sea, con estas tres acepciones, y haciendo un ejercicio simple de combinatoria, podemos obtener nueve versiones de la frase que comentamos. Curiosamente, ninguna de ellas resulta absurda. Por ejemplo, muchos considerarían que “España es una nación (jurídica) de naciones (jurídicas)" es una buena descripción de nuestro país actualmente, al menos desde que nuestra soberanía se evaporó y nos despertamos convertidos en un protectorado económico del BCE, del FMI y de otras siglas, como, por ejemplo, la RFA. Otra posibilidad empleada comúnmente es “España es una nación (jurídica) de naciones (políticas)”. Si se tiene en cuenta que esa España jurídica es a lo que se refieren (aunque no sean conscientes de ello) los que por no decir ‘España’ hablan del Estado Español, es fácil reconocer quiénes suscribirían esta opción. Pero hay otras combinaciones que son también interesantes.
Veamos primero las que parten de asumir que España es una nación cultural. Pues bien, para empezar, ¿cabe hablar de España en este sentido? Si la respuesta es que no nos habremos quitado de golpe tres opciones, ¿pero no es esto un poco apresurado? De hecho, la respuesta afirmativa es muy común, aunque con matices radicalmente opuestos según quien la sostenga. Tanto la derecha españolista más rancia como los nacionalistas periféricos reconocen sin ningún problema la existencia de una identidad cultural española, aunque los últimos solo sea para dejar muy claro que no es la suya. Pero la cultura española de los primeros tiene un fondo totalitario, y la de los segundos atufa a racismo; ¿no es posible una definición de la cultura española que no caiga en estas simplezas? ¿Cabe definir una cultura común en un conjunto tan diverso como el español? Es una cuestión crucial, también, por cierto, para los independentistas. Por ejemplo, ¿si esa cultura española existe, y está presente en sus territorios, qué hacer con ella tras una hipotética independencia? ¿Es el futuro de España ser una nación (cultural) de naciones (políticas), algo así como se veían a sí mismos los italianos o los alemanes antes de la unificación, por paradójico que resulte? Pero los independentistas, en especial los catalanes, insisten en que su objetivo es la disolución de su tan reclamada soberanía en una Europa unida; ¿acabará siendo España una nación (cultural) de naciones (jurídicas), como por ejemplo, y salvando las distancias, lo es ahora Castilla, dividida dentro de España en cinco comunidades autónomas?
Hay una última opción en esta línea, hipotética pero sugestiva: España como nación (cultural) de naciones (culturales). Por rara que pueda parecer, esta combinación era la más común antes de que se empezase a hablar de soberanía y de ciudadanos. Pensemos de nuevo en Alemania, aunque remontándonos a antes del s. XVIII. ¿Es un horizonte como éste, en el que la soberanía nacional española haya desparecido, y en el que las todas las instituciones sean supranacionales, el que nos espera como país? ¿Y si es así, llegaremos a él como final de un feliz proceso de integración voluntaria y pactada de países soberanos, o será el resultado de la pérdida de poder de los estados en un mundo globalizado gobernado por empresas transnacionales que solo responden ante sus accionistas?
Veamos ahora las dos combinaciones que nos quedan con España como nación política. Una primera opción, fácil de identificar, es la de una nación política de naciones culturales. Se admiten las peculiaridades culturales de cada parte del país, pero esto no se vincula a ningún tipo de reconocimiento político, ni siquiera institucional, de las mismas. Esta España de soberanía centralizada y casas regionales ya no es posible, mal que les pese a algunos. Por otro lado, ¿qué sentido tiene decir que España es una nación política de naciones políticas? ¿No es esta una opción contradictoria? ¿Si la nación política se asocia a la idea de soberanía, cómo puede coexistir una soberanía común de todos los españoles con una soberanía en cada una de las regiones? La contradicción se resuelve, según lo veo yo, echando mano de la idea de soberanía originaria. Se puede defender que en un estado compuesto la soberanía originaria, la capacidad de constituirse en sujeto político, reside tanto en los ciudadanos como en las regiones que componen el estado. Esto se traduce en que los ciudadanos de cada territorio toman la decisión de unirse en lo que los politólogos llaman momento federalizante. Esta soberanía partida deja de ser efectiva tras la constitución del estado, pero sigue estando allí, si se quiere como concepto límite, como garantía de la existencia de cada una de las partes federadas, o incluso como situación a la que retornar si la unión se disuelve. Una nación política de naciones políticas, así entendida, no es ni más ni menos que una de las formas que puede tomar un estado federal.
¿Por qué nación de naciones debemos optar? ¿Está en nuestras manos, me refiero a las de todos los españoles, elegir, o nos vendrá impuesta, ya sea por una de las partes del país unilateralmente, ya desde fuera? Sea como sea, es necesario que seamos conscientes de las posibilidades que se nos presentan, de las implicaciones de cada una, y del margen de elección real del que disponemos. Porque el riesgo de dejar estos asuntos en manos de unos pocos es que acabemos siendo la única combinación que no he evaluado antes: una nación jurídica de naciones culturales. Un mero gestor de diversidades regionales, sin verdadera soberanía, ni en el conjunto ni en cada una de las partes del país. Una especie de UNESCO ibérica, un administrador de instancias sin poder. Un enorme museo histórico y etnográfico a escala real.   

*Pedro J. Sánchez Gómez es profesor del Departamento de Didáctica de las Ciencias Experimentales de la Universidad Complutense de Madrid

No hay comentarios:

Publicar un comentario