domingo, 29 de junio de 2014

El cambio de monarca y la cuestión catalana (por Adrià Casinos)

¿Puede el nuevo Rey influir sobre el “proceso” catalán? Felipe VI estará sometido a los mismos condicionamientos constitucionales que su padre. Y esto es muy importante recordarlo ante la insistencia de Artur Mas que parece querer incitar al nuevo Rey a ejercer un poder que no tiene


Considerar que la cuestión catalana ha sido el factor determinante en la abdicación de Juan Carlos I, es una tontería reduccionista; negar su importancia, posiblemente sería una sandez. La prensa está cargada estos días entorno a especulaciones sobre la manera en que el nuevo rey puede influir en el “proceso”. Las más que haya leído me suenan a eso, especulaciones, a no ser que algunos de los analistas tengan acceso a información desconocida para un modesto ciudadano de a pie como el que suscribe. 



Qué duda cabe que el factor humano cuenta, sin duda. Ahora mismo, en plena conmemoración de la hecatombe de 1914, no habrá ningún historiador que niegue la importancia, en menor o menor grado, que tuviera sobre el desencadenamiento de aquella, el que hubiera tres grandes potencias europeas (Alemania, Austria-Hungría y Rusia) gobernadas por monarcas más o menos absolutos, de los que dos (Guillermo II y Nicolás II) no daban ni de lejos la talla. E insisto en lo de “absoluto”. Ahora bien, es cierto, que en idénticas circunstancias, dos personas pueden actuar de manera muy distinta. Para seguir con el referente histórico. Eduardo VII, rey de la Gran Bretaña e Irlanda, se involucró todo lo que pudo en política internacional, haciendo gala de su germanofobia; su hijo Jorge V se mantuvo escrupulosamente al margen de los asuntos del Foreign Office.
Por supuesto que la situación actual de España es muy otra de la de una monarquía absoluta o, incluso, constitucional. Se trata de un estado parlamentario. Felipe VI estará sometido a los mismos condicionamientos constitucionales que su padre. Y esto es muy importante recordarlo ante ciertas insistencias de Artur Mas, que parece que quieran incitar al nuevo rey a ejercer un poder que no tiene. ¿Añora quizá el absolutismo? ¿Las caprichosas intervenciones políticas del bisabuelo, Alfonso XIII, tristemente famosas, con las que jugaban tanto los partidos propiamente dinásticos cómo la Lliga de Cambó? ¿O simplemente le aflora la vena autoritaria, proyectándola sobre el nuevo rey? Atención porque determinadas actuaciones del actual monarca, que parecen pretenderse, podrían crear un precedente, digamos incómodo.

Si Felipe VI tuviera esa supuesta “varita mágica” que se le atribuye para encauzar, dentro de los límites constitucionales, el proceso en sí, la principal dificultad sería encontrar un interlocutor en Cataluña


Pues bien, supongamos que Felipe VI tuviera esa supuesta “varita mágica” que se le atribuye para encauzar, dentro de los límites constitucionales, el proceso en sí y su propio hacer. A mi modo de ver, la principal dificultad sería encontrar un interlocutor en Cataluña. Me refiero, por descontado, a un interlocutor político. No dudo que el ahora rey se haya trabajado con ahínco, especialmente en los últimos tiempos, medios financieros, industriales e incluso intelectuales. Pero ¿cómo se traslada todo eso, repito, al plano político?
Llega un momento en que estoy tentado a creer que lo que se está vendiendo, en especial desde los medios nacionalistas, es la esperanza de que, una vez más, el problema se resuelva entre bambalinas, forma que no es otra que la utilizada durante casi un siglo en idénticas circunstancias. Los ciudadanos catalanes han visto intentos “putschistas” (Macià y su aquelarre de Prats de Molló) y parodias de revolución (6 de octubre del 34). Pero tampoco ha estado ausente el chalaneo y los golpes bajos, con ignorancia u olvido de la representación ciudadana.
El 14 de abril de 1931 el mismo Macià proclama la República Catalana (con la misma legitimidad que tendría cualquier otro ciudadano, ya que no era ningún cargo electo), traicionando el Pacto de San Sebastián, que había sido firmado por el “núcleo duro” de lo que fue ERC, Estat Català. Hagamos un salto en el tiempo. Junio de 1977. Tarradellas aterriza en Madrid, puenteando a los diputados catalanes elegidos hacía pocos días en los primeros comicios democráticos en 40 años. Enero de 2006. Nuevo puenteo. Esta vez es Artur Mas el que pacta con Rodríguez Zapatero el estatuto catalán, a espaldas del gobierno de Maragall.  
Llegado a este punto, retomo la incógnita antes planteada. ¿Quién, en Catalunya, tiene los apoyos políticos para el, quizá, nuevo puenteo? ¿Artur Mas? Por supuesto que es el primer interesado en alguna componenda que le permita salvar la cara. Algún tipo de consulta, por minusvalorada que estuviera, le permitiría hinchar pecho y afirmar que ha cumplido. Y de paso evitaría las tan aludidas “elecciones plebiscitarias”, que podrían significar la hecatombe definitiva de Convergència en manos de ERC.

Artur Mas se plegó voluntariamente a la estrategia de la ANC confiando en un respaldo electoral sólido para mediatizarla. Pero elección tras elección, ERC le va comiendo el terreno


Pero a mi modo de ver el papel político de Mas es cada vez más irrelevante. No hace muchos días el cantante Raimon concedía una entrevista en “Babelia”, el suplemento de “El País”. El de Xàtiva hacía una lectura del actual presidente del gobierno catalán de la que disiento totalmente. Lo veía  como casi un líder providencial que había aceptado las demandas populares. Salvando las distancias, a mí Mas mejor me recuerda a Companys después del 18 de julio, desbordado totalmente por las circunstancias. La diferencia es que a Companys le vinieron impuestas y tuvo que someterse al desbarajuste. Él no tuvo más remedio que plegarse ante el poder de la calle representado por el Comité de Milicias Antifascistas. Artur Mas se plegó voluntariamente a la estrategia de ANC, confiando en un respaldo electoral sólido para mediatizarla. Pero elección tras elección, ERC le va comiendo el terreno. Ese difícil equilibrio que ya Cambó quiso mantener (“Bismarck en Madrid y Bolívar en Barcelona” como le espetó Melquíades Álvarez) hace ya algún tiempo que saltó por los aires. Y el rol de Simón Bolívar le viene ancho, incluso dejando de lado el anacronismo.
La pregunta ahora es: ¿Es posible un nuevo puenteo? Y de ser así, ¿a quién le correspondería?  Siguiendo la lógica antes aludida, ahora le tocaría al partido de Junqueras el correspondiente protagonismo. Por supuesto que parece impensable, pero recordemos que el Macià de Prats de Molló, de la constitución de La Habana y de la República Catalana, acabó aceptando un régimen autonómico en el marco de la Segunda República. Claro que, en el balcón de enfrente, los ediles democráticamente elegidos, de su propio partido, habían alzado la tricolor.  
Cuando pienso en la política llevada a cabo por el actual gobierno catalán, especialmente en los últimos dos años, me viene a la memoria aquel reproche de don Luis Mejía a don Juan Tenorio: “Imposible la habéis dejado para vos y para mí”. El 9 de noviembre  es cercano al Día de Difuntos, tradicional fecha de representación del drama de Zorrilla. 

domingo, 22 de junio de 2014

Federalisme: la millor arquitectura institucional per a l’economia del segle XXI (per Francesc Trillas)

Des del punt de vista econòmic, és reduccionista comparar secessionisme i federalisme exclusivament des del punt de vista de la hisenda pública, tot i que això és un aspecte important. Hi ha molt més en joc pel que fa a la capacitat de generar riquesa


L’atractiu creixent del federalisme a les enquestes i en els mitjans de comunicació nacionals i internacionals contrasta amb una certa feblesa en la producció d’arguments recents elaborats, extensos, a favor de la idea federal.
El federalisme no és una recepta tancada i pot voler dir moltes coses. Això no és negatiu. Parteix d’una tradició i disposa d’uns països i uns principis de referència. L’estat-nació westfalià queda enrere i el món busca alternatives. Per la pau, per la concòrdia, és necessari passar de l’estatisme al federalisme. La majoria d’estats i unions d’estats contenen diverses comunitats nacionals i molts estats tenen minories nacionals expulsades vivint a fora. El federalisme els aporta solucions.



En aquest llibre mostrem que els aspectes econòmics del debat entre federalisme i independentisme no es poden reduir a la qüestió de les balances fiscals, i ni tan sols al rol de l’Estat pel que fa a la despesa i els ingressos públics, tot i que aquests aspectes també són importants i estan coberts a bastament en els capítols que presentem.
Qualsevol discussió seriosa sobre les sobiranies ha de tractar de respondre a preguntes tant positives com normatives. Entre les qüestions positives: com s’han fixat les fronteres actuals? Quantes d’elles són el resultat de les guerres i la violència i quantes d’elles el resultat d’arranjaments civilitzats? Quantes d’elles han requerit acords internacionals o el col·lapse d’un antic imperi o bloc internacional? Quines serien les implicacions distributives dels canvis en les estructures dels estats? Quins grups socials serien els més beneficiats? Com seria
el procés de transició? Com es dividirien els actius? Com seria el nou sistema de seguretat social? 
Les preguntes normatives han d’incloure quina és la col·lectivitat rellevant el benestar de la qual s’ha de considerar. En el cas de Catalunya, els projectes de canvi constitucional o de sobirania han de considerar només els ciutadans de Catalunya, els d’Espanya, o els de tot el món (algunes externalitats són concebibles: efectes d’imitació, l’acció col·lectiva es desvia a qüestions nacionalistes en comptes dels béns públics globals)?
En el cas d’Europa, quines institucions són necessàries per resoldre la crisi econòmica i financera actual i per respondre als problemes del futur? En l’anàlisi cost-benefici d’aquests fenòmens és necessari considerar l’enorme paper de la incertesa i l’aplicació d’un factor de descompte. Com s’ha de valorar el futur en comparació del present? Què podem esperar pel que fa a canvis en termes de qualitat de les institucions? Quines són les millors institucions de finançament interterritorial? Què passa si els mecanismes d’harmonització fiscal no són prou forts i hi ha una competència a la baixa en les lleis laborals, impostos i altres regulacions? Si els problemes socials i d’identitat són dimensions no ortogonals, com es relacionen?
Quines són les implicacions per al capital social de la retòrica «nosaltres
i ells»? És cert que les societats homogènies faciliten la cooperació i la implementació d’una agenda socialdemòcrata, però queda alguna societat homogènia? I si en quedés alguna, no és una pèrdua cultural l’homogeneïtat?
No podrem respondre a totes aquestes preguntes, però esperem fornir alguns elements que aportin llum a algunes d’elles. Seria desitjable tenir un debat civilitzat, ampli i plural, i tenir mecanismes per resoldre aquests problemes, que sempre tenen un component emocional, de forma pacífica.
Des del punt de vista econòmic, és reduccionista comparar secessionisme i federalisme exclusivament des del punt de vista de la hisenda pública, tot i que això és un aspecte important. Hi ha molt més en joc pel que fa a la capacitat de generar riquesa, que no el que es juga respecte a quin percentatge de la riqueza es queden els impostos i on van aquests impostos. L’acció pública incideix sobre la capacitat de generació de riquesa de formes molt diverses, incloent-hi els criteris de finançament interterritorial.
Els estats han de regular i fer viables els mercats, i els mercats avui són poderosos, internacionals i tenen fronteres poc precises. Els estats s’hi hauran d’adaptar o quedaran sotmesos a ells. L’acció col·lectiva ha d’aspirar a ser forta en aquest món més fluid i interconnectat.
O anem enderrocant les moltes fronteres legals i reguladores que encara queden a Europa, o ens refugiem en l’estat-nació i reduïm la política a una lluita sobre on posem les fronteres, mentre els greus problemes socials que tenim plantejats no se solucionen.


(Aquest text forma part de la introducció del llibre “Economia d’una Espanya plurinacional: raons federals cap una Europa sense fronteres”, publicat per Edicions Els Llums i coordinat per Francesc Trillas, i del qual també en són autors Josep M. Vegara, Antoni Zabalza, Montse Colldeforns i M. Antònia Monés. El llibre será presentat a Barcelona el 25 de Juny a les 19h)

martes, 17 de junio de 2014

La unitat nacional i la federació canadenca (per André Lecours*)

Com federació multinacional, Canadà sempre experimentarà tensions. Un bon 30% dels quebequesos dóna suport a la independència de la província i és poc probable que aquest nombre hagi de baixar en el curt termini


És la federació canadenca més forta o més feble després de dos referèndums sobre la independència del Quebec? Una forma de respondre a aquesta pregunta és  dir que la independència del Quebec sembla menys probable que en qualsevol moment en els últims 30 anys, com ho demostra la història de les més recents (2014) eleccions del Quebec. 



En sortir d'una situació de govern en minoria, el secessionista Partit Quebequois (PQ) es veia en una bona posició per guanyar una majoria d'escons a l'Assemblea Nacional  a l'inici de la campanya electoral. No obstant això, quan la independència va ser portada al capdavant de la campanya pel candidat estrella del PQ, l’empresari bilionari Pierre-Karl Péladeau, el suport al PQ començar a davallar. Al final, el federalista (partidari de la presència contínua del Quebec a la federació canadenca) Partit Liberal del Quebec va guanyar la majoria d'escons a l'Assemblea Nacional. Per tant, no hi ha cap possibilitat d'un referèndum sobre la independència en el futur proper. 
A mitjà termini, les probabilitats per al PQ d’obtenir tal referèndum no són bones. El referèndum de 1980 va tenir lloc poc després de la Revolució Tranquil · la i es va lliurar a la idea de l'emancipació lingüística i socioeconòmica dels quebequesos francòfons. El focus de la part "sí" en el referèndum 1995 va ser el fracàs de les negociacions constitucionals de la dècada de 1980 i principis de 1990 dirigides a assegurar la signatura del Quebec a una llei constitucional (implementada en 1982) a la qual no havia donat suport. Després que els francòfons hagin ascendit als més alts nivells de l'estructura econòmica del Quebec, gaudint d'una forta protecció legislativa pel nostre idioma i aparentment ja no tan molestos pels fracassos de la política mega-constitucional al Canadà, és difícil veure el que podria mobilitzar de manera efectiva la majoria dels quebequesos a donar suport a la independència en un referèndum. D'altra banda, l'enfocament del federalisme de l'actual govern conservador al poder des de 2006, abstenint-se de la creació de nous programes nacionals  pan-canadencs  centrant-se en les àrees clares de la jurisdicció federal com la defensa, la ciutadania i el dret penal, pot haver ajudat a soscavar l'opció secessionista .
És la federació canadenca estable, llavors? Com federació multinacional, Canadà sempre experimentarà tensions. Un bon 30% dels quebequesos dóna suport a la independència de la província i és poc probable que aquest nombre hagi de baixar en el curt termini. Fins i tot entre els quebequesos que donen suport a la posició de la província en la federació canadenca, aquest suport no és incondicional i, per a la majoria, l'status quo no és l'opció constitucional afavorida: una federació més descentralitzada reconeixent la nació quebequesa és una opció més atractiva. D'altra banda, la intensitat de l'afecció quebequesa respecte al Canadà ha anat disminuint en els últims anys.

*André Lecours és professor (University of Ottawa) i Scientific director de L’idée fédérale, el think-tank no partidista basat a Montreal que cerca promoure discussions de la idea, el principi i les pràctiques del federalisme.

sábado, 7 de junio de 2014

Catalanismo y nacionalismo (por Anna Estany)

Uno de los argumentos esgrimidos por el nacionalismo independentista es que el catalanismo se ha desplazado hacia el independentismo porque ésta es su evolución natural. ¿Son el nacionalismo y el catalanismo político conceptos equivalentes? Mi impresión es que no 


Es particularmente importante en la situación actual que se clarifiquen los conceptos para no nadar en la ambigüedad, ni en la sustitución de unos por otros, ni desde luego caer en una amalgama semántica: sucede por ejemplo con el derecho a decidir y el soberanismo. Es también el caso de la distinción entre el catalanismo y nacionalismo. Se pueden entender como equivalentes, correlacionados en el sentido que el uno lleva al otro, o diferentes; el problema del juego de diferencias o equivalencias se prolongaría si añadimos lo de independencia. Pero nos quedaremos por ahora con el binomio catalanismo vs. nacionalismo; sin duda que hay defensores y detractores de esta diferencia.



Si se trata de distinguir entre dos conceptos lo primero consiste en definirlos. De entrada, hay que dejar claro que cuando se trata de conceptos políticos como los aludidos no se puede pensar en definiciones esencialistas o a partir de características necesarias y suficientes, ni de otras abstracciones; lo pertinente es expresar su contenido a partir de pertinencias pragmáticas y de rasgos vinculados, en este caso, a la política y a lo social.
De hecho, lo que se ha llamado ‘catalanismo político’, defendido por un amplio espectro de la sociedad catalana de diferentes familias políticas, bien podría incluirse bajo la denominación de lo que se entiende por catalanismo, incluyendo la dimensión cultural. Por poner un ejemplo entre los defensores de la diferencia entre catalanismo y nacionalismo se puede citar el artículo de Antoni Puigvert “Del catalanismo inclusivo al romántico” (La Vanguardia el 3 de junio del 2013). En dicho artículo afirma que “el camino del catalanismo se está estrechando”. Refiriéndose al libro de Raimon Obiols El mínim que es por dir, señala: “Obiols describe a partir de anécdotas y retratos, pero también de la reflexión ensayística, las tres características del catalanismo político: la resistencia a la negación, desaparición o merma de la cultura catalana, la voluntad de inclusión social y la estrategia unitaria que desemboca en la Assemblea de Catalunya”. Puigvert, en el artículo citado haciendo referencia a cómo Jordi Pujol reconfiguró el catalanismo, hace la siguiente reflexión: “La lógica del nacionalismo catalán no es inclusiva. No es étnica, por supuesto, pero sí romántica. Un romanticismo que ahora se enfrenta a otro romanticismo: el que expresaba Aznar no hace mucho. El catalanismo inclusivo era lento porque anteponía a cualquier otra cosa la unidad política y la agregación civil de todos los componentes de la sociedad catalana. El nacionalismo catalán romántico tiene prisa, es idealista y hace abstracción de la realidad. Mientras el catalanismo inclusivo, fracasado, escribe el testamento; el nacionalismo romántico, creyéndose más fuerte de lo que es, se propone escribir las hazañas épicas que echan de menos en los libros de la historia mítica”. La radiografía que hace de la situación actual (posiblemente más agravada actualmente ya que este artículo está escrito hace un año) se adecua a lo que se está viviendo en Cataluña desde la puesta en marcha del llamado “proceso” hacia la independencia. 

¿Es normal que llamemos catalanistas a los “críticos del PSC” y que pongamos en duda que lo sean los que no han dejado el partido o han cuestionado el derecho a decidir?


La cuestión es si esta situación es positiva para el catalanismo inclusivo e integrador o si se ha de dar por finiquitado, aceptando así su fracaso y su sustitución por una concepción de equivalencia entre nacionalismo e independentismo. En este sentido es especialmente relevante el artículo de Francisco Morente Valero ¿Un solo pueblo? quien señala: “En algún momento alguien deberá estudiar el portentoso proceso mediante el que la fuerza política mayoritaria del catalanismo se hizo el haraquiri”. Uno de los argumentos utilizados por el nacionalismo independentista es que el catalanismo se ha desplazado hacia el independentismo siendo ésta su evolución natural. Y se justifica por el hecho del aumento del porcentaje de independentistas entre personas que hasta hace poco no lo eran.
La tesis de la deriva independentista del catalanismo invita a una reflexión, por un lado, sobre lo que ha significado históricamente para la lengua y cultura en Cataluña y, por otro, sobre las consecuencias de dicha deriva en el presente y en el futuro. En el presente, subyace en el fondo, un pesimismo respecto a la viabilidad del catalanismo. Mi impresión respecto al futuro es que seguirá habiendo catalanistas no independentistas, a pesar de la distorsión y ambigüedad o ambivalencia producida en algunas formaciones políticas. Me refiero, por poner sólo algún ejemplo, al hecho de que se denominan catalanistas a los llamados “críticos del PSC”. En cambio se pone en duda que lo sean los que no han dejado el partido o han cuestionado el llamado “derecho a decidir”. En realidad, los que han dejado de ser catalanistas son los que han optado por el nacional-independentismo. ¿O es que se puede considerar que Raimon Obiols, Jordi Hereu o Carmen Andreu (por poner sólo algunos ejemplos) no forman parte de los catalanes que han contribuido a “la resistencia cultural catalana, la voluntad de inclusión social y la estrategia unitaria que desemboca en la Assemblea de Catalunya”? Lo mismo podríamos decir de las personas (militantes o votantes) de ICV que no comparten su inclusión en el proceso independentista y que por ello se les considere menos catalanistas.
Como conclusión se puede afirmar que en la situación actual es más necesario que nunca fortalecer un catalanismo inclusivo, que no se confunda con el nacionalismo independentista, si no se desea que la sociedad catalana desemboque en dos nacionalismos románticos. La confianza es que al catalanismo le queda aún largo recorrido y que lo que en estos momentos puede parecer un proyecto fallido resurja y, contra todo pronóstico, ni acabe en fracaso ni tenga que hacerse el haraquiri.

domingo, 1 de junio de 2014

Nacionalismo versus socialismo. Reflexiones en torno a '1914 De la paz a la guerra', de Margaret MacMillan (por Carlos Pastor)

No se puede hacer un paralelismo entre el proceso catalán y la situación previa a la Gran Guerra de 1914-1918, entre otras cosas porque el nacionalismo no fue la única causa de aquella carnicería, pero sí hay algunas coincidencias alarmantes: por ejemplo, también en 1914 era la opinión pública (o buena parte de ella) la que condicionaba la capacidad de maniobra de los líderes políticos. Éstos actuaron en buena parte vigilados y empujados  por una población imbuida de patriotismo desenfrenado y nacionalismo chauvinista 


Los socialistas ya deberían estar acostumbrados a que la eclosión de ideologías nacionalistas entre la población actúe de cáncer, de carcoma entre sus filas, tanto entre militantes y dirigentes como entre sus votantes, como le está ocurriendo estos días al PSC y, en menor medida, al PSOE, porque si uno tiene un ala nacionalista catalanista, el otro la tiene españolista. Los valores del socialismo, y de la izquierda en general, sucumben ante las pulsiones identitarias.
En 1914, ahora hace 100 años, en vísperas de la Gran Guerra, el nacionalismo dinamitó la II Internacional, al imponerse entre sus miembros el patrioterismo a los principios  internacionalistas de fraternidad entre los pueblos. Los partidos socialistas o socialdemócratas de los países que iban a entrar en conflicto votaron los créditos de guerra en sus respectivos parlamentos, salvo honrosas excepciones, pese a que en los congresos de la II Internacional anteriores a 1914 “los oradores de cualquier procedencia expresaron nobles sentimientos sobre la hermandad internacional de la clase trabajadora, y seguramente la mayor parte de ellos creía en lo que decía” (Margaret MacMillan, 1914 De la paz a la guerra, Turner Publicaciones, Madrid, 2014).


                                         La Europa de "1914. De la paz a la guerra”, de Margaret MacMillan

Esta autora –rectora del St Antony´s College de la Universidad de Oxford y catedrática de Historia Internacional en la misma institución-- recoge  la siguiente sentencia, profética, de un delegado holandés al segundo congreso, en1891: “Los sentimientos internacionalistas que presupone el socialismo no existen entre nuestros hermanos alemanes”. En realidad, para ser justos, el nacionalismo también estaba extendido entre los obreros franceses y de otros países de Europa.
El mismo día en que era enterrado el líder socialista francés Jean Jaurès, firme defensor de la paz y opuesto a la inminente guerra, asesinado en París por  un nacionalista de su propio país, un destacado adversario de la izquierda le rindió homenaje  diciendo: “Ya no hay opositores; hay tan solo franceses”. MacMillan apunta que la Cámara prorrumpió en prolongados gritos de “¡Vive la France!”. 
El caso más sangrante es el del Partido Socialdemócrata Alemán. El Gobierno del káiser temía que una oposición firme del poderoso partido socialista y de los sindicatos, que habían amenazado con una huelga general contra la guerra, arruinaría sus  planes bélicos porque impediría la movilización del ejército. Pero la mayoría del grupo parlamentario del SPD decidió votar los créditos de guerra, y la minoría se sometió en aras de la unidad del partido.

En 1914, ahora hace 100 años, en vísperas de la Gran Guerra, el nacionalismo dinamitó la II Internacional, al imponerse entre sus miembros el patrioterismo a los principios  internacionalistas de fraternidad entre los pueblos


Un socialista alemán, citado por MacMillan, expresó así lo feliz que se sentía por haber resuelto la confrontación entre la causa del socialismo y la de la patria alemana, a favor de esta última, naturalmente: “La terrible tensión se había resuelto [...] uno podía, por primera vez en casi un cuatro de siglo, sumarse de todo corazón, con la conciencia limpia y sin sentirse traidor, al coro arrasador y tempestuoso que cantaba: `Deutschland, Deutschland, über alles’”, es decir, “Alemania, Alemania, por encima de todo”.
Sustituyan ustedes “traidor” por “botifler” y `Deutschland, Deutschland, über alles’ por “Visca Catalunya lliure”, y comprenderán mejor lo que les está pasando a algunos socialistas de casa.
No, no se puede hacer un paralelismo entre el proceso catalán y la situación previa a la Gran Guerra de 1914-1918. La realidad y las fuerzas en presencia son otras, afortunadamente. Además, el nacionalismo no fue la única causa de aquella carnicería, aunque sí una de las más importantes.
Pero hay algunas coincidencias alarmantes: por ejemplo, también en 1914 era la opinión pública (o buena parte de ella) la que condicionaba la capacidad de maniobra de los líderes políticos. Éstos actuaron en buena parte vigilados y empujados  por una población imbuida de patriotismo desenfrenado y nacionalismo chauvinista, además de espíritu militarista, del que por suerte nosotros carecemos en la actualidad. Naturalmente, aquella opinión pública era agitada por asociaciones y ligas patrióticas de todo tipo. Y también entonces, términos como “honor” y “dignidad” estaban continuamente en boca de quienes llevaron a Europa a la destrucción material, espiritual y humana (sólo entre los combatientes hubo 8,5 millones de muertos, 8 millones fueron hechos prisioneros o desaparecieron, 21 millones resultaron heridos).
Existe otro fenómeno cuyo estudio debe ser apasionante: la conversión al nacionalismo de tantos dirigentes socialistas y/o comunistas de la Europa del este una vez se hundió el bloque soviético y hubieron de adecuarse a un nuevo escenario para seguir jugando un papel en la política de sus países. Pero esa es otra historia.