miércoles, 24 de septiembre de 2014

Las dificultades de la secesión en democracia (por Stéphane Dion)

Tanto en Escocia como en Quebec, los líderes del Sí han definido el asunto del referéndum como una elección entre el orgullo y el miedo. Como entre nosotros, en 1995, los líderes escoceses del No han tardado en responder que un voto por el No es también un voto de orgullo: existen sobradas razones para sentirse orgullosos de la contribución vital de los quebequeses al auge de Canadá, y de los escoceses al del Reino Unido

Casi todas las democracias se declaran indivisibles. Se considera que no se puede privar a los ciudadanos de su pertenencia en contra de su voluntad. En Canadá y el Reino Unido se argumenta de manera diferente: se estima que la unidad del país sólo se puede basar en el deseo de permanecer juntos.



Sin embargo, un referéndum sobre la autodeterminación no es un ejercicio agradable. Se ha alegado que la campaña del referéndum escocés se ha desarrollado mejor que las que experimentamos en 1980 y 1995. De hecho, una encuesta muestra que casi la mitad de los votantes del No se sentía "personalmente amenazado". Políticos del No tuvieron que interrumpir sus discursos al ser abucheados. Las entrevistas dan cuenta de tensiones en las familias, entre amigos, en el trabajo. Ha habido instituciones intimidadas, empresas amenazadas con boicots.
Al igual que en nuestro caso, el debate ha sido difícil debido a la fractura entre identidades: las encuestas muestran que el apoyo al Sí ha sido más fuerte entre los votantes cuyos padre y madre eran escoceses.
Al igual que entre nosotros, los dirigentes del Sí han denunciado como una campaña del miedo los avisos contra las perturbaciones económicas inevitables que acompañarían el proceso de secesión. Pero, de hecho, puede resultar racional para los agentes económicos querer invertir en otro lugar que no en una región secesionista, ya que es razonable que el país original no acepte al nuevo país en el seno de su banco central, o para Europa exigir requisitos de membresía al nuevo país.

El orgullo o el miedo

Tanto en Escocia como en Quebec, los líderes del Sí han definido el asunto del referéndum como una elección entre el orgullo y el miedo. Como entre nosotros, en 1995, los líderes escoceses del No han tardado en responder que un voto por el No es también un voto de orgullo: existen sobradas razones para sentirse orgullosos de la contribución vital de los quebequeses al auge de Canadá, y de los escoceses al del Reino Unido, dos países envidiados en todo el mundo.
La negociación sobre una secesión nunca se ha tanteado en una democracia bien establecida. Escindir un Estado moderno y democrático resultaría una tarea colosal. Se tendría que actuar de acuerdo con los derechos de todos en el marco legal del país, según lo confirmado por nuestro Tribunal Supremo. La negociación en Escocia se habría puesto en marcha sin el riesgo de una secesión unilateral, empresa inviable en una democracia.
La secesión de Escocia habría comportado menos problemas prácticos que la de Quebec, aunque sólo sea por su tamaño relativamente pequeño y por lo desplazado de su posición geográfica. Pero habría tenido que afrontar igualmente una batería de desafíos: renegociación de acuerdos, transferencia de fondos, de leyes, de funcionarios, etc. El gobierno escocés se asignó dieciocho meses para lograrlo, un período considerado demasiado optimista por el gobierno británico. Esta negociación, sin embargo, habría tenido un mal comienzo, con el primer ministro de Escocia amenazando con no pagar su parte de la deuda, un gesto nada realista e irresponsable.
Los negociadores habrían sido conducidos a un callejón sin salida si la mayoría hubiera retirado su apoyo a la secesión en mitad del proceso. Sería mejor que una ruptura tanto existencial como irreversible se negociara sobre la base de una clara mayoría, que se expusiera menos ante las dificultades. Una mayoría clara: la regla que prevalece en Canadá para entablar tales negociaciones. Afortunadamente para todos.

Y más afortunadamente aún, nosotros los quebequeses, hemos dicho y repetido que queríamos seguir siendo canadienses orgullosos.

(Este artículo ha sido publicado también por Le Devoir)

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