jueves, 31 de julio de 2014

Jean Jaurès, 1914 y la derrota de la izquierda frente al nacionalismo (por Beatriz Silva)

Hace cien años fue asesinado el político socialista Jean Jaurès. Creía que los proletarios debían negarse a masacrar a sus camaradas extranjeros en nombre de la nación y proponía detener el estallido de la Primera Guerra Mundial con una huelga general. El libro de Max Gallo 1914, el destino del mundo nos recuerda día a día los meses que precedieron al conflicto y al hombre que no se dejó tentar por el nacionalismo



Un 31 de julio como hoy, hace cien años, el político socialista francés Jean Jaurès cayó asesinado por un tiro en la cabeza mientras cenaba en un restaurante de París. Su oposición militante a la guerra y su lucha de diez años para conseguir una reconciliación entre franceses y alemanes le habían hecho ganarse el odio de los nacionalistas.
Un día después, el sábado 1 de agosto de 1914, Alemania declaró la guerra a Rusia, aliada de Francia e Inglaterra. El imperio austro-húngaro ya estaba en guerra con Serbia desde hacía cuatro días y el engranaje de las alianzas arrastró en pocas horas a las naciones de Europa a lo que ellos bautizaron como la Gran Guerra y que se conocería más tarde como la Primera Guerra Mundial.
Millones de hombres se prepararon jubilosos para vestir el uniforme sin imaginar que se acumularían diez millones de cadáveres hasta noviembre de 1918. Y que a éstos habría que sumar los cincuenta millones de muertos de la Segunda Guerra Mundial, hija de la Primera.

La guerra debía ser breve y local pero se prologó durante cincuenta y tres meses y se convirtió en una guerra civil europea. En 1919 el tratado de Versalles no consiguió reconciliar a los adversarios ni reforzar la democracia. La Primera Guerra incubaba la Segunda



El infierno del siglo XX se forjó durante 1914, doce meses que el historiador francés Max Gallo revive día a día en su libro 1914. El destino del mundo donde intentar mostrar en el centenario de la Gran Guerra como la herida abierta en esos meses decisivos no se cerró hasta los Balcanes en 1991.
En la crónica destaca la figura de Jean Jaurès: cómo su muerte representó el fracaso del internacionalismo socialista contra la guerra y despejó el camino para que los obreros de izquierda franceses y alemanes terminaran por integrarse en las “uniones sagradas”, grandes coaliciones políticas para enfrentarse en el conflicto.
En las 300 páginas del libro destaca el análisis lúcido y visionario de Jaurès. “De la guerra europea puede surgir un largo período de crisis contrarrevolucionarias, de reacción furiosa del nacionalismo exasperado, de dictaduras asfixiantes, de militarismo monstruoso, una larga cadena de violencia retrógrada y de odios mezquinos, de represalias y de servidumbres”, dice desde el diario que él mismo fundó, L’Humanité, donde anuncia lo que será el siglo XX tras la guerra: bolchevismo, fascismo, nazismo, exterminio y destrucción.
Jaurès profetiza también que la guerra que se acerca. “Será el holocausto más terrible tras la guerra de los Treinta Años”, dice y añade después: “El capitalismo no quiere la guerra pero es demasiado anárquico para conseguirla. Sólo existe una fuerza profunda de solidaridad y unidad: el proletariado internacional”.
En esto Jaurès se equivocó. Su utopía internacionalista no se hizo realidad porque, como Max Gallo recuerda, los pueblos y los proletarios terminaron vistiendo el uniforme de su nación y defendiendo el suelo sagrado de la patria.


La utopía internacionalista de Jaurès no se hizo realidad porque los pueblos y los proletarios terminaron vistiendo en la Primera Guerra Mundial el uniforme de su nación y defendiendo el suelo sagrado de la patria. Jaurès fue acusado de no ser un “patriota"



Los grandes periódicos como Le Petit Parisien y Le Figaro, y los diarios católicos como La Croix y Le Pèlerin, no se cansaron de repetir esos días que Jaurès no era un “patriota” y que su condena al nacionalismo no era más que una cortina de humo tras la que se encontraban oscuros acuerdos con Alemania en detrimento de Francia.
Unas horas antes de la muerte de Jaurès, ya nadie dudaba que la guerra había atravesado por la puerta y se había instalado en los espíritus. Para los pacifistas y la izquierda que habían creído que pararían el conflicto con una huelga general, que los proletarios se negarían a masacrar a sus camaradas extranjeros en nombre de “La internacional”, fue un día de derrota.
Jean Jaurès entró en el café del Croissant, en la rue Montmartre de París, y se instaló en una mesa de espalda a la calle. Nadie se dio cuenta que un sujeto se acercaba al otro lado de la ventana, levantaba la cortina y apuntaba con un revolver a la cabeza de Jaurès. Eran las 21.40 del 31 de julio.
“Ya no hay opositores; hay tan sólo franceses” dijo uno de sus adversarios en el Parlamento el día de su entierro. Lo recuerda Margaret MacMillan en su libro 1914 De la paz a la guerra donde apunta que a continuación los diputados prorrumpieron en prolongados gritos de “¡Vive la France!”.
La guerra debía ser breve y local pero se prologó durante cincuenta y tres meses y se convirtió en una guerra civil europea. En 1919 el tratado de Versalles no consiguió reconciliar a los adversarios ni reforzar la democracia. La Primera Guerra incubaba la Segunda.
Mas Gallo recuerda que habría que esperar a 1989, con la caída del Muro de Berlín, y la disolución de la Unión Soviética en 1991, para que la Primera Guerra Mundial cerrara su última puerta: la guerra de los Balcanes. Los serbios asedian Sarajevo. Belgrado es bombardeada. En el mismo lugar en que fue asesinado el archiduque Francisco Fernando el 28 de junio de 1914 se cierra el ciclo abierto por la Primera Guerra Mundial en un año que marcó para siempre el destino del mundo.

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